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La guerra por lo verde

Dos visiones se encuentra enfrentadas en estas primeras décadas del siglo XXI. Una es la visión del desarrollo económico y tecnológico a toda costa, que arranca fundamentalmente en el siglo XIX, y se profundiza en el siglo XX; y la otra visión, la visión humanista, que busca establecer no solamente un desarrollo sostenible, sino un habitar el mundo en armonía con todos los seres que lo pueblan: hombres, animales, plantas, y aunque todavía parezca extraño, minerales o fluidos orgánicos como son los hidrocarburos.
Esta nueva visión emerge precisamente a causa de un despertar del hombre ante los daños causados por aquella manera inconsciente con la cual se han establecido los procesos económicos y que ha llevado a la sociedad humana, pero muy fundamentalmente al individuo, a una agitación frenética por acumular bienes, y buscar la máxima condición de comodidad, y con ello la busca de las más extremas y extrañas maneras del placer físico. Consecuencia de lo cual el planeta se ha visto afectado, viéndose los resultados principalmente en el cambio climático, y no se lo dice, pero también telúrico, de consecuencias imprevisibles.
Mientras las grandes potencias: Estados Unidos, China y Rusia, alienten esa mirada antigua y retrógrada de supuesto desarrollo, la muerte se habrá enseñoreado de todo el planeta, y por lo tanto de la criatura humana. En este punto, es imperativo luchar por un cambio de paradigma.
Sucede que la humanidad está viviendo un proceso de concepción de su estar en el mundo. Recordemos que parece ser que todo se inició, según Manguel, con Rachel Carson, una bióloga marina estadounidense que preocupada por los efectos dañinos de las actividades del hombre sobre la naturaleza, ya había publicado varios escritos en la década del 50, y que en 1962, con su ensayo Primavera Silenciosa, llegó a demostrar que la industria agrícola no solo era ineficaz sino altamente peligrosa y con informes plagados de falsedades, de manera que cuestionó no solamente a la ciencia, representada por sus científicos, sino que inició un debate público sobre el curso que estaba tomando el llamado progreso tecnológico (2016, p. 231), pues Carson (ctd en Mangel) denuncia que: "El control de la naturaleza es una frase concebida con arrogancia, nacida en la era neandertal de la biología y la filosofía, cuando se suponía que la naturaleza existía para conveniencia del hombre" (2016, p. 232).
Estas ideas fueron creciendo y generando un despertar de la comunidad científica, tanto, que el medio ambiente se convirtió en una cuestión de importancia internacional en 1972, cuando se celebró en Estocolmo una reunión con el extraño título de la "Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano". Sentando las bases de lo que después sucedió en Río de Janeiro en 1992, cuando se firmó la "Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo". Y aunque todos han dicho un amen con relación a que ese cambio de paradigma ya se ha dado con la Agenda 2030 de la ONU, quiero hacer notar que dicha agenda todavía tiene falencias, con relación a un verdadero camino de armonía, porque ha nacido del entusiasmo por mejores condiciones para el hombre soportado por cierta mirada de socialismo decimonónico cuyo fracaso no sabemos resolver. Todo esto ante el atisbo tolerante de los poderosos, que harán lo imposible para que nada cambie. Entonces, urge revisarlo, porque si lo miramos con ojo crítico desde el planteamiento que aquí se hace, ese paradigma es principalmente antropocéntrico, lo que hace un desbalance crítico a la hora de tomar en cuenta la armonía con la naturaleza, pues en él leemos que los dos objetivos de la agenda que, hoy en día, están siendo profundamente lastimados, quiero decir el objetivo 14, "Vida submarina", y el objetivo 15, "Vida de ecosistemas terrestres", están apenas resumidos en dos puntos que, además, aparecen al final de la lista. Otra falencia grave es la falta del objetivo que señale la "Reducción y sustitución de los recursos no renovables", que tanto daño hacen a la armonía del entorno, a la atmósfera, al clima, y al equilibrio telúrico.
¿De qué estamos hablando? Pues de la transformación de toda la endiablada forma en la que hemos querido estructurar nuestro hábitat, nuestra alimentación, nuestras mezquinas aspiraciones, nuestra manera de relacionarnos con el otro, sin pensar que el otro, ese otro, es un universo mucho más amplio que el prójimo mal llamado humano, se diría humanoide, que al estilo de los simios solo piensa, en comer, distraerse en un sinnúmero de actividades generalmente fútiles, pero principalmente copular, y dormir, para lo cual trabaja sin parar, esclavo de sistemas y de sombras.
Aquí, seguramente, muchos argüirán, para ello somos expertos, que si no podemos resolver el problema humano, mal podemos intentar incorporar al resto, que muchos humanos mueren de hambre, que enfermedades, y un largo etcétera; sin darnos cuenta que es precisamente esa manera de estar en el mundo que nos lleva a esas falencias, ese corazón duro como coraza de hueso. Reflexionemos, pues, que si el hombre se aproxima a su verdadero entorno, si es educado para cuidar la vida, si crece a sabiendas del valor de cada ser vivo, por minúsculo que este sea, podemos estar seguros que creceremos en amor, una palabra tan menospreciada en estos tiempos, pero una fuerza que nos llevaría a la acción, claramente necesaria, comprendiendo que el amor significa sacrificio y entrega por el otro.
Nos dice Gillet Lipovestky (en un video tomado publicado por la Universidad Diego Portales), en un intento de dibujar al hombre actual, que en esta época hipermoderna se ha impuesto el hiperindividualismo, lo que significa que nos hemos convertido en el personaje de la evasión. Metidos como estamos en un mundo virtual a través del Smartphone, y los headphones que nos separan de la vida y nos sumergen en un espacio de conectividad banal hecha de reacciones emocionales. Y si salimos de ello es para el hedonismo ocioso, que lleva al culto del cuerpo, y una salud hecha no para sentirnos mejores, sino para los esfuerzos del disfraz: parecer más joven, parecer más bonito, la mimetización al extremo.
El nuevo paradigma debería recurrir al fortalecimiento de la consciencia, donde el encuentro físico es la base sobre la cual se levanta todo lo demás, lo psicológico, lo sentimental, lo mental, lo volitivo. Así, si busco mi salud, no es para mejorar mi aspecto personal, sino porque preparo mi cuerpo para el servicio a los demás, y los demás son los otros humanos, los animales, las plantas, los minerales. Vivir comprendiendo que es un hecho sagrado y, por lo tanto, los otros también lo son.
Cuando los seres humanos tomemos conciencia del nuevo paradigma se producirán tales modificaciones en su concepción del mundo, que transformarán a la vida en algo sagrado, a la búsqueda de la armonía como destino natural, y se reacomodarán las desigualdades, porque justamente estas derivan de esa mirada totalmente sesgada y ombligaria, por decir que obligatoriamente nos lleva a mirarnos el ombligo, que nos somete y nos esclaviza.
Entonces comprenderemos que la pobreza no se evita aprovechándose del vecino, del más débil, que no se consigue paliar la indefensión eliminando al más fuerte, al mejor establecido, sino que se resuelve en la comprensión de lo que a todos nos corresponde. Y esto sucederá con lo que alguno podría llamar la revolución de la vida. Si permitimos al caracol ocupar su hábitat natural, al gusano su tierra germinal, al pájaro su aire, al árbol su espacio, al tigre su bosque, a todo hombre su espacio, las fuerzas se reacomodarán. Así el agua recuperará su limpieza, la energía solo será la necesaria y, naturalmente, provendrá del sol. Las megaciudades se reducirán, seres humanos producirán lo suficiente para conseguir alimento, abrigo y techo. Y la solidaridad permitirá que todos obtengamos conocimiento e información necesarios para la vida. Entonces, la salud, la armonía y la estabilidad del clima vendrán por añadidura, para que todos recuperemos el valor de la vida. Solo así dejaremos de soñar para vivir la vida vida; pero, naturalmente, deberemos vencer previamente la guerra por lo verde, lo nuevo sobre lo antiguo, la luz sobre la oscuridad; es decir, la victoria de la consciencia sobre los mezquinos apetitos de nosotros mismos, los animales racionales, mal llamados humanos, porque lejos estamos, por lo visto, de dar la talla.

Bibliografía
Universidad Diego Portales [Diego Portales] (2018, Noviembre 15)  El individualismo en la época hipermoderna: Lipovetsky, Gillet- audio interpretación. [Archivo de video]. Recuperado de http://bit.ly/2mnFHS1
Mangel A. (2016). Una historial natural de la curiosidad. Eduardo Hojman Trad. Buenos Aires: Siglo XXI editores.
ONU (1997). Cumbre para la tierra +5.  Publicado por el Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas. https://www.un.org/spanish/conferences/cumbre&5.htm
ONU. Objetivos de desarrollo sostenible. https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/sustainable-development-goals/
 

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